lunes, 10 de octubre de 2016

EL KARMA DE NUESTRAS ACCIONES



Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de algún lugar de Oriente, vivía un hombre con cuatro hijos, el menor de los cuales tenía 30 años. Sus hermanos 35, 37 y 40... El padre tenía algo más de sesenta, pero como en esa época el promedio de vida rondaba los cuarenta años, era prácticamente un anciano y, por lo tanto, tenía todos los problemas propios de la senectud.... Su cabeza, su cuerpo, sus esfínteres, su capacidad de valerse por sí mismo, nada de esto funcionaba bien en el viejo....

Un día, el hijo más joven se casó y se fue de la casa. Se generó entonces un gran problema: el padre se quedaría solo. La madre había muerto a raíz del último parto y los otros hermanos ya estaban casados. En consecuencia, no había nadie que pudiera hacerse cargo del padre, con el agravante de que no eran épocas en las que hubiera geriátricos ni dinero para pagarle a alguien para que se ocupara de su cuidado....

Los hijos empezaron a sentir que, pese al amor que le tenían, el padre era una complicación. No era posible que ninguno de ellos se llevara al padre a vivir a su casa para hacerse cargo de él. Los hijos tenían verdaderamente un serio problema....

Se reúnen para conversar acerca de cuál será el futuro del padre. En un momento dado, se les ocurre que se podían turnar. Pero pronto advierten que esa solución no va a ser suficiente y, además, significa un gran costo para sus vidas. Y entonces, casi sin darse cuenta, empiezan a pensar que lo mejor que les podría pasar sería que el padre se muriera.

Pese al dolor que significaba para ellos ese reconocimiento, pronto advirtieron que no podían esperar sólo que esto sucediera, porque el padre podría vivir muchos años más en aquella situación. Y entonces, misteriosamente, a uno se le ocurrió que, quizás sólo deberían esperar a que el invierno terminara con él. Y así fue como imaginaron que si entraban al bosque con su padre, y el padre se perdía, el frío y los lobos harían el resto...

Lloraron por esto, pero asumieron que tenían que hacer algo por el resto de sus vidas. Y decidieron turnarse para cuidar al padre, pero sólo hasta la llegada del invierno.

Después de la primera nevada, los cuatro hermanos se reunieron y le dijeron al padre:- Ven papá, vístete que vamos a salir. -¿Salir? ¿Con la nieve? -preguntó el padre sin comprender. Pero los hijos respondieron: -¡Sí, vamos! El padre sabía que su cabeza no estaba funcionando bien, así que decidió acatar con sumisión lo que sus hijos le decían. Lo vistieron, lo abrigaron mucho y se fueron los cinco rumbo al bosque. Una vez allí, buscaron un lugar para abandonarlo y desaparecer rápidamente. Cuando llegaron a un claro, de pronto, el padre dijo: - Es aquí. -¿Qué? - preguntaron asombrados los hijos. - Es aquí- repitió el anciano. Supuestamente el anciano no tenía lucidez suficiente para darse cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ellos, además, se habían cuidado muy bien de no decirlo. -¿A qué se referiría el padre? - Aquí, aquí, éste es el lugar, insistió. - ¿Qué lugar papá, qué lugar? Este es el lugar donde, hace veinticinco años, abandoné a mi padre....


martes, 30 de agosto de 2016

APRENDER A MIRAR


Se trataba de un monarca muy espiritual. Era un hombre profundamente místico y no se encuadraba con ningún credo religioso en particular. No quería morir sin dejar, como recuerdo de su espiritualidad, una gran escultura con un mensaje metafísico. Llamó a un afamado escultor y le explico: "Amigo mío, quiero que hagas una escultura con sentido espiritual, pero que no represente a una religión en particular".

Durante meses el escultor trabajó pacientemente. Hizo la escultura de un rostro de inefable hermosura. La escultura se situó en un santuario que se edificó también a tal fin. El monarca, satisfecho, inauguró el santuario. En días sucesivos tuvo noticias de que en el santuario se originaban grandes disputas y que había no sólo gritos e insultos, sino incluso heridos graves.

- "¿Por qué? - preguntó el monarca.

Y uno de sus ministros le explicó: Señor, llegan los cristianos y aseguran que la escultura representa a Jesús, llegan los hindúes y dicen que es Krishna, llegan los sikhs y dicen que es Guru Nanak, llegan los jainas y dicen que es Mahavir, llegan los budistas y dicen que Gautama el Buda, y luego todos comienzan a reñir, gritarse, increparse y golpearse.
El monarca se sintió apesadumbrado.

-¡Que destruyan la escultura!-- ordenó.. No son capaces de ver lo que está más allá de la escultura, porque no son capaces de ver más allá de sus cejas.


El Maestro dice: Por cualquier lado que accedas al agua del estanque, el agua es la misma. El apego a ideologías y dogmas ha originado ríos de sangre en este planeta.